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Según la mujer envejece de J. M. Coetzee
Está visitando a su hija en Niza, en su primera visita en años. El hijo viene desde los Estados Unidos a compartir unos días con ellas, camino a una conferencia. Le intriga esta confluencia de planes. Se pregunta si no habrá algún tipo de complot, si estos dos no habrán urdido un plan, una propuesta del tipo que los hijos hacen a sus padres cuando creen que ya no se valen por sí mismos. "Es tan obstinada", se habrán dicho: tan obstinada, tan terca, tan auto-suficiente—¿cómo vencer su obstinación si no trabajamos en equipo?
La aman, por supuesto, si no no estarían tramando esto. Sin embargo, ella lo vive como uno de esos aristócratas romanos esperando le alcancen el cáliz final, esperando que le digan de manera piadosa que por el bien de todos no debe resistirse a beber la cicuta.
En lo que a chicos se refiere, los suyos siempre han sido responsables, obedientes. Si como madre ella ha sido igualmente responsable es otra historia. Pero en esta vida no siempre recibimos lo que merecemos. Sus hijos tendrán que esperar la próxima reencarnación para tener la madre que se merecen.
Su hija dirige una galería de arte en Niza. A esta altura, su hija es prácticamente francesa. Su hijo, con su esposa y sus hijos norteamericanos, pronto también lo será, americano. Habiendo dejado el nido, volaron lejos. Lejos de ella se podría decir si no conociéramos la historia de cerca.
ea cual sea la propuesta, no hay duda que será muy ambivalente: por un lado, amor y preocupación, por el otro, cierto frío pragmatismo, y el deseo de ver su final. La ambivalencia no debería desconcertarla. Se ha ganado la vida gracias a la ambivalencia. ¿En qué consistiría el arte de la ficción si no fuera por los dobles entendidos? ¿Cómo sería la vida si nos enfrentáramos únicamente con caras o secas, sin otras opciones en el medio
"Lo que me resulta espeluznante, al envejecer", le dice a su hijo, "es escucharme decir frases que solía escuchar decir a la gente mayor y que juré nunca repetiría. Del tipo ¡Pero a dónde hemos llegado! Por ejemplo: pareciera que ya nadie se acuerda que el verbo may tiene un pasado —¡Pero a dónde hemos llegado! Todo el mundo anda por la calle comiendo pizza y hablando por teléfono--¡Pero a dónde hemos llegado.
Es su primer día en Niza, el tercero de ella: un diáfano y tibio día de junio, el tipo de clima que originalmente atrajo a la clase pudiente inglesa a esta trecho de la costa. Y justamente aquí están, los dos, recorriendo el Paseo de los Ingleses como los ingleses lo hacían hace cien años con sus sombrillas y sus canotiers, deplorando los últimos esfuerzos del Sr. Hardyn, deplorando a los Boers.
"Deplorar" dice ella: "una palabra que no se escucha a menudo en estos tiempos. Nadie en su sano juicio deplora, a no ser que quieran que se rían de ellos. Una palabra prohibida, una actividad prohibida. ¿Pero entonces, qué hacemos? ¿Nos las guardamos, nuestras deploraciones, hasta que nos encontremos a solas con otro viejo y las largamos todas juntas?"
"Puedes deplorar conmigo todo lo que te parezca, madre" le dice su obediente hijo. "Yo asentiré cordialmente y no me reiré de ti. ¿Qué más quieres deplorar además de la pizza?"
"No es la pizza lo que deploro, la pizza está perfecta en su lugar indicado, es caminar, comer y hablar al mismo tiempo lo que me parece grosero".
"Estoy de acuerdo, es grosero o al menos poco refinado. ¿Qué más?"
"Eso es suficiente. Lo que deploro no tiene mucho interés. Lo que sí interesa es que hace muchos años juré no hacerlo, y aquí estoy, haciéndolo. ¿Por qué me dejé vencer? Deploro el estado del mundo. Deploro el curso de la historia. Lo deploro desde el fondo de mi corazón. Pero cuando me oigo decirlo, ¿Qué es lo que escucho? Escucho a mi madre deplorando la minifalda, deplorando la guitarra eléctrica. Y recuerdo mi enojo. 'Sí, madre', le contestaba, y me mordía la lengua y rezaba para que se callara de una vez. Entonces..."
"Entonces piensas que estoy mordiéndome la lengua y rezando para que te calles de una vez".
"Sí".
"No lo hago. Es perfectamente normal deplorar el estado del mundo. Yo también lo deploro, en privado, claro."